¿No es maravilloso sentirse motivado a hacer algo por un objetivo tan alto como la generosidad? De todas maneras, debo confesar que en mis primeros años de lucha hacia el éxito, mi motivación era mucho menos elevada. Mi razón para tener éxito estaba más a ras de suelo. En efecto, mi motivación entraba dentro del grupo que yo llamo «prosaicas». Una razón prosaica es algo que podemos pensar en cualquier momento, en cualquier día, y que puede originar un cambio en nuestra vida. Permítanme que cuente lo que me ocurrió…
Poco después de haberme encontrado con Mr. Shoaff, estaba un día en casa, pasando el tiempo, cuando oí que llamaban a la puerta. El golpeteo sonaba tímido. Abrí la puerta y miré hacia unos grandes ojos castaños que me observaban desde su pequeñez; era una frágil muchachita de unos diez años. Con todo el valor que pudo reunir me dijo que estaba vendiendo pastelitos de las niñas scouts. Tenían una presencia maravillosa, varios sabores y un precio especial: sólo dos dólares la caja. ¡Imposible rechazarlos! Finalmente, con una gran sonrisa y con la mayor educación, me rogó que los comprara.
Y yo quería hacerlo. ¡Cómo deseaba comprarlos!
Pero había un problema. ¡No tenía esos dos dólares! ¡Dios mío! ¡Me quedé abochornado! Allí estaba yo, un padre de familia, que había estudiado en la universidad, que tenía un buen empleo, y sin embargo no tenía dos dólares en el bolsillo. Naturalmente, no se lo podía decir a la muchachita de grandes ojos castaños. No me quedaba otra alternativa mejor, y mentí. Le dije: «Muchas gracias, pero ya he comprado este año los pastelitos de las niñas scouts. Tengo la casa llena de ellos.»
No era verdad, naturalmente. Pero fue lo único que se me ocurrió para salir de la estacada. Y lo conseguí. La muchachita me dijo: «Muy bien, señor. Muchas gracias.» Y sin más, dio la vuelta y se marchó.
La seguí con la mirada durante un tiempo que se me hizo eterno. Finalmente, cerré la puerta tras de mí y apoyándome en ella, sollocé: «No quiero vivir más de esta manera. Basta ya de estar arruinado, basta ya de mentir, nunca más tendré que avergonzarme por no tener dinero en el bolsillo».
Aquel día me prometí a mi mismo ganar el dinero suficiente como para llevar siempre encima varios cientos de dólares.
Esto es lo que yo llamo una razón prosaica. No me servirá para ganar un premio de grandeza de espíritu, pero bastó para tener un efecto permanente para el resto de mi vida.
Mi cuento de la muchachita de los pasteles de scouts tiene un final feliz. Algunos años más tarde, salía de mi banco donde había ingresado una crecida suma y cruzaba la calle para llegar a mi automóvil, cuando vi a dos niñas vendiendo caramelos en favor de alguna organización infantil. Una de ellas se acercó y me dijo: «Señor, ¿desea comprar unos caramelos?»
«Probablemente», le respondí bromeando, « ¿qué clase de caramelos tienes?»
«Roca de almendra.»
« ¿Roca de almendra? ¡Son mis favoritos! ¿Cuánto valen?»
«Sólo dos dólares.» ¿Dos dólares? ¡No podía ser cierto! Me sentía excitado.
« ¿Cuántas cajas de caramelos tienes?»
«Cinco.»
Luego miré a su amiga y le pregunté: « ¿Y a ti cuántos te quedan?»
«Todavía cuatro.»
« ¿Nueve en total? Bien, me las llevo todas.»
Al oír esto las dos niñas exclamaron al unísono con la boca abierta a tope: « ¿De verdad?»
«Claro», contesté, «tengo unos amigos que apreciarán este regalo.»
Con el mayor nerviosismo corrieron presurosas a colocar todas las cajas juntas. Yo metí la mano en mi bolsillo y les entregué los dieciocho dólares. Según me disponía a marchar una vez cogidos todos los paquetes bajo el brazo, una de las niñas me miró y me dijo: «Señor, verdaderamente usted es rico.»
¿Qué le parece? ¿Se imagina, gastar sólo dieciocho dólares y que alguien le mire y le diga «verdaderamente usted es rico»?
Ahora ya sabe por qué llevo siempre unos cientos de dólares encima. No quiero perderme oportunidades como esa otra vez.
Voy a poner otro ejemplo de una razón prosaica para desear hacer las cosas bien. Un amigo mío llamado Robert Depew era profesor en Lindsay, la capital del aceite de California. Después de varios años como profesor, Bobby pensó en cambiar e iniciar una nueva carrera. Un día, sin decírselo a nadie, dejó la enseñanza y se puso a vender. Cuando su familia se enteró, le hicieron objeto de toda clase de críticas. Pero la peor reacción la tuvo su hermano, que parecía disfrutar zahiriéndole.
«Vas a hundirte en lo más profundo del arroyo», se burlaba su hermano. «Tenías un buen trabajo como profesor. Ahora vas a perderlo todo. Debes estar mal de la cabeza.» El hermano de Bobby continuaba mofándose en todas las oportunidades que podía, y tal como Bobby lo cuenta: «La forma en que actuaba mi hermano me puso tan furioso, que decidí hacerme rico.»
Hoy en día, Bobby Depew es uno de mis amigos millonarios.
Esta historia, al igual que la mía de los pasteles, demuestra que incluso un sentimiento como la furia o la vergüenza, debidamente encauzado, es capaz de actuar como motivación para alcanzar el éxito.
¿Necesita demostrar algo? ¿Le queda todavía alguna antigua vergüenza por borrar del tablero de su pizarra? Ya conoce el viejo refrán: “Un gran triunfo es la venganza más refinada”. Y es verdad.
Como puede ver existen tantas razones para triunfar como personas hay en este mundo. La clave está entener suficientes razones.
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